El Ecce Homo no está solo


El pasado 21 de agosto leía dos noticias sorprendentes relacionadas con la restauración del patrimonio artístico. En efecto, una era la de la polémica “restauración” del Ecce Homo de Borja (Zaragoza); y la otra sobre la restauración de un paso procesional en Valencia.

La restauración del Ecce Homo de Borja destruye un fresco convirtiéndolo en una parodia de lo que debió ser, gracias a la intervención voluntariosa de una octogenaria sin formación artística. Todo parece indicar que esta mujer, al ver el estado de abandono del fresco decidió, por su cuenta y riesgo, “restaurarlo”. La noticia, ya denunciada en su momento por el Centro de Estudios Borjanos, saltó a la prensa nacional y, de allí, a la prensa internacional. Tanta es la repercusión que ha tenido este hecho que parece ser que están llegando personas adrede para ver y realizarse fotografías (con mayor o menor guasa) junto al bautizado como “Ecce Mono”. Incluso los medios de comunicación se hacen eco de la opinión de algunos habitantes que verían con buenos ojos que el fresco se quedara tal cual como reclamo turístico de una localidad que, por sí misma, ya dispone de un patrimonio cultural de primer orden.

El mismo día que salía esta noticia en los medios generalistas de ámbito nacional, tenía ocasión de leer una noticia de ámbito local que no podía evitar relacionar. En Valencia, dos mellizas de tan sólo 17 años dirigían un equipo de personas para restaurar un paso procesional de laSemana Santa Marinera de Valencia de 1968, para el que los restauradores profesional pedían unos 4000 euros por el trabajo en cada una de las figuras que formaban la escena.

La noticia me sorprendió, y aún a pesar de que pudiera estar incompleta o no reflejara exactamente la realidad, la situación no dejaba de ser algo esperpéntica. Ante la falta de recursos económicos de la asociación, se encargan de dirigir un equipo dos chicas que utilizan para ello sus conocimientos tras haber cursado el bachillerato artístico. En efecto, esta noticia (y el criterio de los propietarios del paso) parece ser que considera que los conocimientos genéricos sobre arte obtenidos en un bachillerato son suficientes para restaurar una escultura y que no es necesario cursar estudios superiores en la Facultad de Bellas artes. ¡Que Dios nos pille confesados! Y nunca mejor dicho.

¿Para qué contar con profesionales que saben de estas cosas si pueden hacerlo dos bachilleres? ¿Para qué pagar un dineral si probablemente cualquier mujer de las que van a la escuela de adultos y pintan cuadros puede hacerlo sin que se note demasiado? Eso mismo tuvo que pensar la octogenaria de Borja. Lo malo es que a la mujer no le salió muy bien y salió a la luz; si le hubiera salido mejor, probablemente nadie se hubiera enterado.

Restaurar significa mucho más que saber pintar. Significa conocer los estilos artísticos, la naturaleza de los materiales, la obra del autor y tantas otras que pueden verse en el plan de estudios de cualquiertitulación en conservación y restauración de bienes culturales, e incluso compararlas con el plan de estudios de un bachillerato artístico resulta un ejercicio fácil e interesante para darse cuenta de lo que se está hablando.

El voluntarismo es positivo, pero el voluntarismo con ciertos profesionales. No se puede justificar la intervención de aficionados por la falta de recursos económicos, porque se hace un flaco favor al bien cultural y también a los profesionales encargados de su conservación.

¿Dejaríamos construir una casa a una persona aficionada que haya hecho tan sólo un curso de 50 horas sobre arquitectura?

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