Volver a dar clase: algo más que contar un rollo


El pasado 30 de septiembre volví a pisar las aulas del Máster de Gestión Cultural de Valencia para impartir, como profesional invitado, una breve sesión de dos horas en las que tuve ocasión de hablarles a los alumnos sobre política cultural.

Reconozco que siempre me ha gustado poder compartir mis conocimientos con nuevas generaciones de profesionales. No es que me considere en situación de de sentar cátedra, ni que domine todos los aspectos de la gestión cultural, pero la visión de un profesional más o menos en activo siempre es positiva para los nuevos alumnos de los másteres oficiales, que en muchos casos han acabado ofreciendo una formación fundamentalmente teórica por parte de profesores universitarios en la que los límites administrativos no permiten una participación amplia de profesionales externos a la universidad.

En las pocas ocasiones en que he tenido la oportunidad de formar parte de esa docencia siempre he tenido una preocupación, y es la de ofrecer ideas, reflexiones o contenidos que no se ofrecían en el programa formativo, al menos de manera explícita. A lo largo de mi amplia formación (no sólo dentro de las aulas) he ido necesitando de conceptos, prácticas o reflexiones que no he tenido en las aulas, y por ello he tratado de aportar mi pequeño grano de arena a suplir esas “carencias”.

En esa misma línea, en 2006 se me ocurrió diseñar un curso de postgrado que, desde el ámbito de una asociación de patrimonio histórico, ofrecimos a un profesor universitario. Este curso, en el que se contemplaba un programa académico gradual y amplio en áreas de conocimiento y reflexión, fue aceptado de buen grado, y vio su primera edición en 2007 en la Universitat Jaume I de Castelló. Al menos se realizó una segunda edición en el año 2009. Posteriormente desconozco si se anuló, o simplemente siguió ofertándose pero sin contar con mi participación.

En total he tenido ocasión de participar como docente invitado en ese postgrado que diseñé sobre gestión del patrimonio cultural local, en la licenciatura de Humanidades de Valencia y en el Máster Interuniversitario de Gestión Cultural de Valencia. Cuantitativamente no es mucho (más bien poco), pero cualitativamente, y a nivel personal, sí que lo ha sido.

Dar clase en un máster, por pocas horas que sean, me permiten reflexionar sobre aspectos asumidos en el día a día de la profesión, pero cuyos planteamientos deben ser renovados a la hora de explicarlos a alumnos de postgrado. De la misma forma, permite actualizar ideas y contrastarlas con futuros gestores culturales, más centrados en un futuro profesional que ven ilusionante que no en la práctica diaria y las limitaciones laborales. Generalmente, los alumnos aprenden del “profesor”, pero éste también aprende de los alumnos, por pocas horas en que esté presente. Obviamente, teniendo en cuenta que esta labor docente no es profesional en el sentido que es esporádica con respecto al total de la práctica profesional.

Pero, aún así, sigo detectando en algunas ocasiones una planificación global de los programas de postgrado en gestión cultural más allá de la suma de conferenciantes o “cursillos” individuales. Y no me refiero a ningún curso en concreto, pues esta misma carencia me la han trasladado personas de postgrados de diferentes realidades geográficas. Este tipo de formación, y sobre todo hoy en día en que la demanda es mayor que hace diez años, requiere de una planificación global en que el aprendizaje sea gradual; sobre todo con respecto a conceptos y reflexiones generales; en más de un caso me han comentado que, tras cursar todo un postgrado, los alumnos no han tenido una sesión de reflexión seria sobre conceptos de cultura, industria cultural, política cultural, cultura popular, etc. Una lástima.

En toda ocasión en que he tenido la oportunidad de participar como docente, aunque fueran pocas horas, lo he disfrutado. Poder responder a preguntas e intereses, ofrecer una perspectiva personal sobre la gestión cultural, ofrecer contenidos que considero necesarios y poder reflexionar con los futuros profesionales siempre me ha enriquecido, como persona y como profesional. Muy probablemente no estemos todos capacitados para hacerlo, pero se trata de una práctica que todo profesional de la gestión cultural debería tener la oportunidad de realizar, al menos una vez cada ciertos años. Se trata de una experiencia totalmente saludable para la profesión.

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