¿Diseñaría usted un edificio sin ser arquitecto?,
¿defendería a un acusado sin ser abogado?, ¿recetaría un medicamento sin ser
médico?, ¿abriría un ordenador sin ser informático?, ¿desmontaría una lavadora
sin ser técnico?, ¿repararía un automóvil sin ser mecánico? Probablemente no.
Entonces, ¿por qué se atreve a sustituir a un profesional de la gestión
cultural?
Hace mucho tiempo que oí decir a una persona del ámbito
político que los puestos de trabajo en el área de cultura los reservaban a los
jóvenes del partido; también he visto cómo se contrataban(incluso en la
administración pública) como técnicos o gestores culturales a gente que nunca
se habían aproximado al sector ni se había formado en el mismo, y que muchas
veces provenía de ámbitos profesionales totalmente diferentes sin un reciclaje
profesional; y también he visto cómo personas que habían accedido a puestos
técnicos o de responsabilidad sin ninguna experiencia en la gestión cultural,
trataban de sentar cátedra sobre cómo se tenía que gestionar un ámbito tan
complejo como la cultura. Todos los que tratamos de trabajar de forma
profesional en este ámbito podemos poner ejemplos de todo eso y de mucho más.
Y todas esas situaciones sólo pueden resumirse en cuatro
palabras: falta de respeto profesional.
Todo el mundo cree que puede dirigir un museo, al igual que
cree que puede diseñar un cartel o escribir un artículo serio sobre patrimonio.
No. Todo el mundo no puede. Por mucho que a una persona le guste la temática de
un museo concreto, no está capacitada para dirigirlo: para eso ha de saber de
museología, museografía, patrimonio y gestión cultural en general. Por mucho
que una persona sepa utilizar un programa informático de diseño, no está
capacitada para diseñar un cartel: requiere conocimientos de color, espacios,
tipografías y de haber analizado muchos diseños. Por mucho que a una persona le
guste un edificio o disfrute de una manifestación de patrimonio inmaterial, no
está preparada para escribir un artículo: requiere de reflexión conceptual, experiencia,
conocimientos y espíritu crítico. Y así, con muchísimas otras cosas.
Pero, con todo, a estas personas no se les puede achacar más
que una completa ignorancia e ingenuidad. Sinceramente, yo no me atrevería a
hacer algo que no sé, de un ámbito que no conozco o del que no soy profesional;
en todo caso, si me lo encargaran y me viera obligado a hacerlo, avisaría para
que buscaran a alguien más adecuado o para que estuvieran sobre aviso de la posible
calidad final del encargo. Pero como dicen que la ignorancia es muy atrevida,
hay gente que ni se plantea ese comportamiento y honestidad.
Ahora bien, los verdaderos irresponsables son los que
encargan esos trabajos a personas cuya trayectoria ni siquiera se han
preocupado de conocer; aquellos que promueven y premian la ignorancia; aquellos
que no les importa el resultado del trabajo. Total, es cultura, no tiene importancia.
Probablemente esas personas nunca dejarían el diseño de su
casa en manos de un informático, su operación a un alfarero, su ordenador a un
barrendero, su lavadora a un filólogo o su coche a un gestor cultural. Pero,
claro, la cultura no importa. Todos esos trabajos que hablan del sector
cultural como creador de un PIB más elevado que otros sectores productivos, de
que los trabajadores culturales están más predispuestos a la innovación, o de
que la satisfacción de las necesidades culturales están íntimamente ligadas al
bienestar personal… todo eso son locuras de unos pocos, o teorías alejadas de
la realidad del día a día y manipuladas según intereses particulares.
No señor. A la cultura no se le respeta. Pero es que a los
profesionales tampoco. Tal vez, cuando ya no exista nada, los ignorantes y los
promotores de la ignorancia vuelvan a acordarse de aquellos que, un día,
conocían y sabían cómo gestionar un sector tan complejo como el cultural. Si es
que todavía existen.
No se puede estar más de acuerdo. Años de esfuerzo y estudios para encontrarse con este panorama, que si ya era malo con estos tiempos que corren es peor. Y no hablemos del sueldo de los profesionales de la cultura... Un trabajo 200% necesario en cada uno de sus ámbitos con un reconocimiento que roza el ridículo (y en ocasiones aún pretenden que lo sea más).
ResponderEliminarAdelante, no nos queda otra.
Gracias por tu comentario Mónica!
ResponderEliminarSin duda, nos toca defendernos cada dos por tres, y seguimos requiriendo de una unión y defensa profesional coherente, unida y efectiva. Espero que lo consigamos pronto.