Una gestión cultural coherente

Desde los comienzos de este blog, hace unos meses, siempre he tratado de evitar los temas que han podido ocasionar cierta polémica política, aún a riesgo de obviar ciertos temas culturales de actualidad. Pretendía albergar una serie de textos de contenido ciertamente más técnico, o de reflexión, siempre en el ámbito de la gestión cultural, sin abordar aspectos más cercanos a la política cultural, aunque ambas esferas siempre aparecen indisociablemente unidas.

En esta ocasión me desmarco de esta tendencia y reflexiono acerca de unos acontecimientos ocurridos en estos últimos días en la ciudad de Valencia, marcados de manera amplia por la coyuntura política del momento, pero que permite atender a aspectos relacionados con la deontología profesional y el perfil del gestor cultural. Me refiero a la dimisión del director del Museu Valencià de la Il·lustració i la Modernitat (MuVIM) a raíz de la censura de unas fotografías que formaban parte de una exposición. Aún a riesgo de ser excesivamente simplista, voy a tratar de hacer un resumen del contexto y lo ocurrido estos días.

El MuVIM es un museo dependiente de la Diputació de València dedicado, en un primer momento, al período histórico de la Ilustración y a los diálogos producidos entre la Ilustración y la Modernidad, concibiéndose como un museo de las ideas con un importante componente de reflexión. En 2004, la Diputación de Valencia encarga a Román de la Calle, de la Universitat de València, el liderazgo de un proyecto agonizante; el nuevo director consigue ilusionar a un equipo técnico alrededor de un nuevo proyecto ilusionante y esperanzador que, acompañado por un nuevo impulso administrativo, dio sus resultados muy pronto.

El museo tiene una intensa programación expositiva, con exposiciones de producción propia, pero también con coproducciones y propuestas de colectivos ciudadanos. Esta última línea es en la que se enmarca la exposición “Fragments d’un any. Fotoperiodistes valencians 2009”, en la que se exponen fotografías a modo de resumen de la actualidad de todo un año en la Comunitat Valenciana, tal y como en ediciones anteriores se había venido realizando con normalidad. La exposición se presentó e inauguró el jueves 4 de marzo; al día siguiente, desde los responsables políticos del museo se daba la orden de retirar un conjunto de diez fotografías que hacían referencia gráfica a noticias del “caso Gürtel”, en una práctica muy cercana, si no, a la censura; la Unió de Periodistes Valencians, organizadora de la exposición, decide retirarla por completo. El escándalo salta a todos los medios de comunicación nacionales y la Diputación se escuda afirmando que la decisión de retirar las fotografías fue consensuada entre la dirección política y la dirección técnica del museo.

Hoy, Román de la Calle contradecía la institución provincial, afirmaba que él nunca hubiera permitido la retirada de parte de esa exposición, y presentaba su dimisión como director del MuVIM. En este último aspecto es en el que quiero centrar mi reflexión.

Román de la Calle dimite en un ejercicio, a mi juicio, impecable de coherencia profesional.

1. El museo cede un espacio en su programación anual a una entidad privada, y colabora con sus organizadores en el diseño de la exposición; en todo momento, por tanto, el museo puede ser consciente de las obras expuestas.
2. La exposición se presenta a los medios de comunicación, con presencia de responsables políticos, y no hay ningún problema. Por la tarde se inaugura la exposición con la presencia de un diputado (ajeno a los asuntos de la política cultural), con aparente normalidad. A la mañana del día siguiente, se toma la decisión política de censurar las fotografías.
3. El museo se centra en las ideas, los derechos humanos, la reflexión y todos los valores heredados del movimiento ilustrado. La censura no se encuentra dentro de esos valores.
4. El director del museo aparece acusado por la dirección política como coautor de la decisión.

Con una política cultural coherente no se hubiera producido la retirada de las fotografías: si se lleva trabajando tres años con la asociación sin ningún problema, si se conoce el contenido de la exposición, si se inaugura y presenta a los medios de comunicación con total normalidad, ¿por qué se mutila un día después? ¿Por qué en un museo dedicado a las ideas se censuran fotografías que pueden dar lugar a la reflexión ciudadana? ¿Por qué en un centro cultural supuestamente heredero del movimiento ilustrado se realiza un acto de censura ideológica? No es coherente.

Román de la Calle ha sido completamente coherente con las líneas de acción del museo. La coherencia que el espectro político no ha sido capaz de respetar en el museo, la ha asumido el director, aún a riesgo de desembarcar del proyecto cultural. Bien es cierto que, con su trayectoria, tiene bien cubiertas las espaldas, pero no deja de ser un modelo a imitar.

La relación de los gestores culturales con los políticos es muy complicada, sobre todo en casos parecidos a éste, pero la coherencia profesional debería ser básica en el ejercicio diario de nuestra profesión. A falta de una deontología debatida, aprobada y asumida por la totalidad de los gestores culturales, acciones como éstas deben ser asumidas como ejemplos para el resto de profesionales.

Un ejemplo como éste no debería caer en el olvido; el caso de Román de la Calle debe hacernos reflexionar sobre la coherencia profesional en la gestión cultural. La coherencia en la política cultural es igualmente necesaria e imprescindible pero, de momento, no nos compete a nosotros.

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