¿Estamos faltos de creatividad?


Hace unos días, concretamente el 18 de septiembre, en la edición del periódico gratuito ADN, me sorprendía al ver una viñeta cómica de las que suelen aparecer en este tipo de publicaciones.

Alguna vez oí que un indicador de que una profesión era reconocida socialmente era la existencia o no de un chiste sobre ella. Bueno, pues a raíz de la existencia de esa viñeta podemos concluir que el reconocimiento social a la profesión de gestor (o programador en este caso) cultural es un hecho.

La viñeta, de Ernesto Rodera, contemplaba dos columnas de palabras, la de la izquierda con un total de 11 sustantivos que hacían relación a otras tantas actividades (feria, concierto, cata, desfile, maratón, fiesta, misa, festival, mercadillo, exposición y capea), y la de la izquierda con 11 adjetivos (solidario/a, sefardí, gay, feminista, templario/a, jazz, romano/a, mestizaje, prehistórico/a, goyesco/a y fusión). Al lado de ellas, de un hombrecillo salía el siguiente texto “Joven programador cultural de Ayuntamiento medio, no dejes que la crisis te acobarde. Hay una enorme cantidad de actos con los que todavía se le puede sacar la manteca al contribuyente. Mezcla estas dos columnas y hazte el amo de la temporada. ¡Hay combinaciones bien chocantes!”.

La viñeta, a la que le encontraba su gracia, me hizo reflexionar. ¿Acaso los gestores culturales habíamos abusado de la tematización de nuestras actividades? A nadie se le escapa que convertir una actividad cotidiana en una actividad temática ha resultado, cuanto menos, exitosa, por aquello de la novedad, independientemente de la calidad de los contenidos (que podría ser bastante discutible en algunos casos). Pero, tal vez, esta proliferación de actividades temáticas ha dado lugar a una saturación que ha hecho perder el posible atractivo que el público viera en sus inicios. La originalidad inicial ha pasado a automatismos y a una práctica por la cual la actividad en sí misma carece de valor: ya no importa la exposición, importa si es goyesca, feminista o templaria; pero, ¿de verdad es que no importa la exposición en sí?, ¿o es que no hemos sabido encontrar otra fórmula para hacerla apetecible a nuestros públicos?

Todos nos hemos sentido tentados alguna vez (o lo hemos hecho) de añadir uno de aquellos adjetivos para atraer a los públicos, o simplemente con la intención de organizar algo “original”. Sinceramente, la viñeta me da qué pensar. Si el chiste existe, tal vez sea porque la idea está presente entre nuestros ciudadanos. Tal vez la crisis a la que alude la viñeta no sea tanto la crisis económica como la crisis creativa del gestor. Creo que deberíamos reflexionar.

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