El confinamiento de la cultura

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Desde que la crisis sanitaria del COVID-19 obligara al establecimiento del estado de alarma el pasado 14 de marzo, la población española estamos tratando de adaptarnos, día a día, a una situación de confinamiento en nuestros domicilios para el que probablemente nunca nos habíamos preparado, ni física ni mentalmente. Estar las veinticuatro horas del día en casa, con necesarias e imprescindibles salidas esporádicas, nos ha obligado a establecer nuevas rutinas y comportamientos sin posibilidad de optar a entretenimientos externos a nuestro domicilio, con los riesgos, también psicológicos, que puede tener esta situación.

Cuando llevamos ya tres semanas confinados en nuestros hogares, creo que podemos hacer una afirmación sin miedo a equivocarnos: la tecnología y la cultura han salvado nuestro confinamiento. Evidentemente estoy realizando cierta exageración, y alguien podría rebatirme con algunos otros ejemplos, pero lo que nadie creo que pueda discutir es que sin la presencia de tecnología y cultura en nuestros hogares, el confinamiento de la mayoría de la población hubiera sido muy diferente.

La tecnología nos permite seguir conectados con la civilización. Poder realizar video llamadas grupales, los chats, las llamadas de teléfono, la televisión, el acceso a internet y a toda la información nos ha permitido salvar la necesidad de socialización y de información, más allá de las personas que comparten la residencia.

Y la cultura nos permite aprovechar esas horas encerrados en casa: nos permite entretenernos y también formarnos. ¿Qué haríamos todas estas horas sin libros, música, películas o series? En las últimas semanas han aumentado las suscripciones a plataformas de contenidos audiovisuales, en lo que supone probablemente el principal acceso a contenido para los días de encierro. En este estado de confinamiento, los productos culturales se han visibilizado como indispensables.

Y, en consonancia, han sido muchos los contenidos culturales que, a través de diferentes plataformas e iniciativas, se han ofrecido de manera gratuita para hacer más llevaderas las horas de confinamiento: libros en formato digital, series, música, visitas virtuales a museos, representaciones escénicas, etc. Pero, más allá de la voluntad de ofrecer gratis productos o manifestaciones culturales como una aportación solidaria para hacer más llevadera esta situación, existe un importante riesgo, y es que, al obtenerlo de manera gratuita, se perciba un valor inferior al que realmente tiene y que sea contradictorio para el sector cultural: por un lado vemos necesario el acceso a los productos culturales (sobre todo en su vertiente de entretenimiento), pero por otro vemos cómo se puede acceder de forma gratuita; entonces, cuando todo esto acabe, ¿por qué pagar por estos servicios cuando me han demostrado que pueden ofrecerlos de forma gratuita?

Entiendo a los creadores que quieran aportar su creación para ayudar en el bienestar de las personas en esta situación. También a las empresas culturales que abren sus contenidos en el mismo sentido que los creadores, como una forma de promoción empresarial, o como un gancho como estrategia para captar futuros usuarios y clientes. Y, por supuesto, a las instituciones que disponen de unos recursos ya producidos, que hasta el momento eran de acceso restringido, y que abren a la población como parte de su compromiso con la sociedad.

Evidentemente, comprendo y comparto las iniciativas individuales (todos hemos sido usuarios de contenidos gratuitos o nos hemos acercado a servicios a partir de promociones), pero desde el punto de vista objetivo y con cierta mirada global, se corre el riesgo de que las buenas intenciones acaben derivando en un problema para el sector cultural, como sector productivo, cuando el confinamiento finalice.

Difícilmente las personas que acceden por primera vez a estos contenidos de forma gratuita pagarán en el futuro por unos productos que han consumido gratuitamente en este período y cuyos gastos de producción y explotación no son capaces de poder valorar: ¿para qué pagar por un libro que puedo descargarme en un archivo digital?, ¿para qué ir al teatro si lo puedo ver por internet?, ¿para qué visitar una exposición o comprar su catálogo si lo puedo hacer a través de la página web?, ¿para qué pagar por una película o una serie si la puedo descargar?

Está claro que estas iniciativas son excepcionales en una situación excepcional pero creo que deberíamos reforzar la idea de que la cultura es un sector necesario para la sociedad en tanto que produce entretenimiento, formación, espíritu crítico y bienestar personal y emocional. Probablemente, la estrategia de ofrecer acceso gratuito a sus productos no haga más que ayudar a una infravaloración de los mismos y, en algún extremo, a acrecentar la batalla entre el sector cultural y la piratería, pero aportando recursos sólo a uno de los bandos. Y no precisamente el de la cultura.

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